Jacob


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Se justifica que casi la cuarta parte del libro de Génesis se haya dedicado a la biografía de Jacob, padre del pueblo elegido. Hay documentos escritos del 2º milenio a.C. que han provisto gran cantidad de material que corrobora el fondo de las narraciones de Gn. 26–50. Aunque esto en sí no prueba la existencia del patriarca, ni la historicidad de la narración, demuestra que no se trata de composiciones tardías de la época del exilio, llenas de detalles imaginados o anacrónicos. Más bien sugiere que los relatos fueron registrados en forma escrita en fecha muy temprana (Era Patriarcal). No sería lógico centrar en una figura mitológica toda una serie de relatos con detalles cuya finalidad aparente es la de desacreditar al héroe.

I. Fecha

No se puede fijar con exactitud la duración de la vida de Jacob, por la carencia de una explícita relación entre las narraciones bíblicas y los relatos seculares que subsisten (Cronología del Antigua Testamento). Los indicios de los cuales se dispone en este momento sugieren aproximadamente el siglo XVIII a.C. Esa fecha ubicaría su radicación en la tierra de Gosén, a poca distancia de la corte egipcia, a principios del período de la dominación de los hicsos, con centro en Tanis (Egipto; Zoan). Esta fecha, a la vez, permite fijar la vida de Abraham en los siglos XX y XIX a.C., lo cual concuerda con lo que sugieren las indicaciones bíblicas y arqueológicas.

II. Biografía

Jacob nació con la mano trabada al calcañar (heb. >eµqeµb_) de su hermano Esaú (Gn. 25.26), de manera que el nombre que le fue dado significa "se agarra" o, según otra interpretación aceptable, "se agarró" (heb. ya<‡qoµb_). Esto pudo haber sido un intencional juego de palabras basado en un nombre muy común ya<‡qoµb_-il, ‘que Dios proteja’ o ‘Dios ha protegido’. Ciertos documentos cuneiformes y egipcios de este período contienen nombres personales originados en la misma raíz, incluso algunos de forma paralela, muy en boga entre la gente perteneciente al grupo semítico occidental 

(Amorreos).

Jacob "suplantó" (matiz que proviene de "tomar por el calcañar, alcanzar") a su hermano, obteniendo primeramente la primogenitura del hijo mayor aprovechándose del hambre de su hermano, y luego engañando a Isaac para que le concediera la bendición que correspondía por costumbre al primogénito. El hijo mayor heredaba normalmente una proporción mayor de los bienes paternos que todos los demás hijos (el doble posteriormente, Dt. 21.16). Además del legado especial parece ser que el heredero estaba destinado a ocupar, desde el punto de vista social y religioso, la posición de jefe de la familia. Probablemente esta posición era simbolizada por la concesión de la bendición paterna y la posesión de los ídolos de la familia. Se puede deducir cómo eran estas costumbres por las escrituras de adopción y los registros legales contemporáneos, como también por lo que registra la Biblia. La breve narración de la manera en que fue vendida la primogenitura de Esaú por una comida no relata cómo se confirmó el intercambio, o si se lo anotó oficialmente. Un documento del siglo XV a.C. registra la venta del patrimonio de un hombre en Asiria. Un documento del mismo medio ambiente demuestra que la promesa oral de un padre a su hijo podía ser defendida ante un tribunal judicial. Así es que la bendición de Isaac era irrevocable, como destaca el texto (Gn. 27.33s). De este modo Jacob se convirtió en el portador de la promesa divina, y en heredero de Canaán (Rom. 9.10–13). Esaú recibió la región menos fértil, que se conoció luego como Edom. Rebeca, la madre, obtuvo el permiso de Isaac para que Jacob pudiera huir de la ira de Esaú a la casa paterna en Ed (Gn. 28.1ss). Utilizó como excusa la necesidad de que Jacob contrajera enlace con una mujer perteneciente a la misma tribu, evitando así un matrimonio entre miembros de distintas razas y religiones, como había sucedido con Esaú, que se habia casado con una mujer del lugar.

El acontecimiento central de la vida de Jacob ocurrió durante su huida hacia el Norte. Después de un día de viaje, posiblemente el primero, llegó a la región montañosa cerca de Bet-el, a unos 100 km de Beerseba. Esto constituye una distancia razonable para que cubra un camello veloz en un día. La primera etapa de la huida habría de finalizar obviamente lo más lejos posible de su casa. No se indica que Jacob tuviera conocimiento de alguna santidad especial relacionada con dicha zona, aunque puede haber tenido conocimiento sobre el lugar donde su abuelo edificó su altar (Gn. 12.8). Mientras dormía le fue concedida la visión de una escalera entre el cielo y la tierra, y del Dios de su familia en lo alto de la misma. La promesa dada a Abraham le fue confirmada a él, y le fue otorgada una promesa de protección divina. Jacob conmemoró su sueño alzando por señal la piedra que había puesto de cabecera, y derramó una libación de aceite sobre ella (Gn. 28.11ss). Estos monumentos sencillos a menudo se erigían en lugares sagrados (Bet-el). El que acabamos de describir señalaba el lugar donde, para Jacob, Dios manifestó su presencia.

La narración salta luego de Bet-el hasta la región de Harán, en el momento del arribo de Jacob. Como había hecho Eliezer (Gn. 24.11), así también Jacob fue primeramente al pozo en las afueras de la ciudad. Allí se encontró con su prima Raquel, quien lo llevó a Labán, su tío, y este lo aceptó como pariente suyo. Cuando hubo pasado un mes, Jacob convino en trabajar para su tío y, después de siete años, recibir a Raquel por esposa (Gn. 29.1ss). El casamiento fue debidamente celebrado en presencia de testigos, mediante un contrato de casamiento oral o escrito, requisito legal indispensable en Babilonia para otorgar a la mujer estado de esposa,. Labán en realidad entregó como esposa a su hija mayor, Lea, con la excusa de que ese proceder obedecía a una costumbre del país, cosa que, fuera de este caso, no se conoce. Jacob dio su conformidad al arreglo de Labán, y se estableció un nuevo acuerdo que permitía a Jacob casarse con Raquel al cabo de la semana (presumiblemente de festividades). Se le exigieron siete años más de servicios en reemplazo del dinero que el que se casaba debía entregar a su suegro.

Durante los veinte años que Jacob permaneció en la casa de Labán le nacieron once hijos varones y una mujer. A Lea le nacieron cuatro hijos varones, mientras que Raquel no dio a luz ningún hijo por ser estéril. Su mortificación fue en parte suavizada cuando entregó a Jacob a su criada Bilha, adoptando a sus dos hijos varones (Nuzi). Lea hizo lo propio con su criada Zilpa, quien también dio a luz dos hijos varones. El conocimiento de que la adopción podía provocar la concepción en la madre adoptiva quizás haya sugerido este proceder (Sara y Agar, Gn. 16.2). Lea dio a luz dos hijos varones más y una mujer antes que Raquel diera a luz a José. Varios de los nombres dados a los hijos de Jacob aparecen en escritos contemporáneos, aunque no se mencionan los personajes bíblicos conocidos.

Harán era un centro comercial muy importante, a la vez que zona agrícola y pastoril de mucha fertilidad. Es presumible que Labán poseyera una casa en la ciudad donde vivía durante la estación estival de la siega, llevando a sus rebaños a pastorear en las sierras durante el invierno. Como cabeza de lo que evidentemente era una familia bastante rica, habrá tenido autoridad en su propia casa, y también en el consejo de la ciudad. El pedido de Jacob de que se le permitiera regresar a su casa habrá sido hecho, quizás, al final de los catorce años de servicio prestados por sus dos esposas, y después que Raquel tuvo su primer hijo, José. Su habilidad en la atención de los rebaños de Labán y el éxito que había tenido eran tales que su tío no estaba muy dispuesto a dejarlo ir (Gn. 30.25ss). Llegaron a un acuerdo por el cual Jacob seguiría trabajando para Labán, recibiendo a cambio todos los animales de los rebaños y manadas de Labán que tuviesen manchas de color. De este modo Jacob adquiriría un capital con el cual podría mantener a su familia. Labán, faltando nuevamente a su palabra, apartó todos los animales que por derecho pertenecían a Jacob, pero este, siguiendo el consejo recibido mediante un sueño, ingeniosamente transformó el ardid de su suegro en beneficio propio, sin violar ninguna de las condiciones del acuerdo. Su prosperidad despertó la envidia de los hijos de Labán, que estimaban haber sido defraudados de su legítima herencia (Gn. 31.1). Recibiendo instrucciones divinas, Jacob puso a un lado toda renuencia a abandonar Harán sin la conformidad de Labán, y en esto Raquel y Lea lo apoyaron en sus planes porque consideraban que su padre había malgastado la dote que ellas debían haber recibido. La huida se llevó a cabo mientras Labán estaba ausente trasquilando ovejas. Una ventaja de dos días de viaje permitió a Jacob y sus manadas llegar hasta Galaad en el Norte de la Transjordania antes de ser alcanzado por Labán (Gn. 31.22ss). Siete días de perseguimiento por parte de Labán, con un recorrido de unos 670 km, está dentro de las posibilidades de un camello de silla. Labán se quejó de la salida furtiva de Jacob, pero su mayor preocupación consistía en el robo de sus ídolos (Terafines; Nuzi). Si la posesión de dichas imágenes realmente señalaba al jefe de la familia, luego la acción de Raquel tenía por finalidad exaltar a Jacob. Pudo apropiárselos recurriendo a un ardid. Jacob, a su vez, recordó a Labán la forma leal en que le había servido, cumpliendo con todos los requisitos corrientes de un buen pastor, y la manera injusta en que se le había recompensado. Se hizo un pacto, y Labán utilizó su posición de autoridad para dictar las condiciones: sus hijas no debían ser maltratadas, ni debía Jacob tomar otra mujer. Se erigió un monumento para conmemorar el convenio y edificaron un majano de piedras. Sirvieron también como puntos de marcación más allá de los cuales ninguna de las dos partes debía pasar; posiblemente se trataba de un reconocimiento de la extensión de los derechos territoriales de Jacob bajo los términos de la promesa. Cada una de las partes invocó a Dios para que fuera testigo y castigara a cualquiera que quebrantara el convenio. Se ofreció un sacrificio, y las dos partes compartieron una comida en señal de buena voluntad.

Jacob siguió viaje a Mahanaim, donde le salió al encuentro una hueste angelical, y luego envió exploradores para tantear la actitud de Esaú hacia él (Gn. 32.1ss). Al acercarse su hermano, Jacob se cuidó de salvaguardar la mitad de sus posesiones, enviando también a Esaú un valioso obsequio. Después de pedir la bendición divina, y justamente cuando iba a vadear el río Jaboc en Penuel, se trabó en lucha con un desconocido que pudo vencerlo únicamente descoyuntándole el muslo. Este incidente fue considerado como la redención de Jacob "de todo mal" (Gn. 48.16), indicando su nuevo nombre, Israel, que era capaz de contender con Dios (Os. 12.4), mientras que el haber quedado incapacitado indicaba su subordinación. El recibimiento amistoso de Esaú no libró a Jacob enteramente de sus temores, por lo que, en lugar de seguir tras su hermano dobló en dirección a Sucot. Desde allí se dirigió a una ciudad en el territorio de Siquem, donde compró una parcela de tierra. La violación de Dina, y la venganza tomada por los hermanos de ella, produjo la hostilidad de los habitantes de la zona hacia él (Gn. 34.1ss). Recibió instrucciones de Dios de trasladarse a Bet-el, presumiblemente fuera de la jurisdicción de Siquem, para adorar. Los diversos símbolos paganos traídos desde Padan-aram fueron enterrados antes de que la familia pudiera seguir viaje. Como había hecho antes, en esta ocasión también Jacob erigió un monumento para conmemorar su comunión con Dios, derramando sobre él una libación. Lo mismo hizo para señalar la tumba de Raquel en la localidad de Efrata, pero sin libación (Gn. 35.1–20). Después de la muerte de Isaac (Gn. 35.28–29) se asentó en la región de Hebrón, y allí vivió en la misma forma en que había vivido en Harán, dedicado a la ganadería y la agricultura. Cuando sobrevino el hambre y fue invitado a Egipto, primeramente se aseguró de que hacía bien en trasladarse más al Sur de Beerseba (Gn. 46.1ss).

Antes de su muerte adoptó a los dos hijos de José y les concedió una bendición especial, manifestando preferencia por el menor de los dos (Gn. 48). Las bendiciones de los doce hijos se registran en una composición poética que es un juego de palabras sobre el significado de los nombres (Gn. 49.1–27). Jacob murió, con más de 130 años de edad, y fue sepultado en la tumba de la familia en Macpela, cerca de Hebrón (Gn. 50.13).

Sus descendientes adoptaron para sí su nombre Israel (siendo Jacob el nombre paralelo en poesía). Como pueblo elegido tuvieron el privilegio de luchar con Dios.

III. Referencias en el Nuevo Testamento

Jacob, hijo de Isaac, aparece en las genealogías (Mt. 1.2; Lc. 3.34). Más significativa es su frecuente mención conjunta de Abraham, Isaac, y Jacob, donde Jacob aparece con los otros dos como tipo de los que son eternamente bendecidos (Mt. 8.11; Lc. 13.28). Los sinópticos registran la cita de Jesús tomada de Ex. 3.6: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Mt. 22.32; Mr. 12.26; Lc. 20.37; también Hch. 7.32). Esta sonora fórmula (que adopta la liturgia judía, las "dieciocho bendiciones") pone énfasis y solemnidad en el carácter de Dios como el que entró en una relación pactada con los patriarcas de antaño y cumple sus promesas. Pedro usa casi la misma fórmula para dar realce a su declaración de lo que Dios ha hecho en Cristo (Hch. 3.13). Esteban menciona a Jacob varias veces (Hch. 7.12, 14–15, 46). La última vez habla del "Dios de Jacob", dando así a este patriarca importancia central en la historia de la religión. Pablo se refiere a Jacob dos veces, la primera para expresar los propósitos electivos de Dios (eligió a Jacob antes de que hubieran nacido los dos niños, Ro. 9.11–13), y la segunda para simbolizar la nación (Ro. 11.26). Finalmente, este patriarca figura en Hebreos como uno de los héroes de la fe (He. 11.9, 20s). En Mateo se menciona a un Jacob como padre de José en la genealogía de nuestro Señor (Mt. 1.15–16).